Las arenas de petróleo redibujan el mapa energético

Malas noticias para zonas naturales como el bosque boreal canadiense o la cuenca venezolana del Orinoco. La obtención de petróleo crudo sintético a partir de arenas de alquitrán está siendo un éxito técnico y económico en Alberta, Canadá.

La preocupación medioambiental es proporcional al éxito económico de la apuesta. La viabilidad del petróleo refinado a partir de arenas de alquitrán ha sido corroborada por la industria petrolera, que extenderá el esquema de explotación canadiense a otros países.

De no tener ningún impedimento, como por ejemplo la obligación, a través de una ley universal, de hacer frente al impacto medioambiental producido, la industria petrolera podría alargar las reservas de crudo en el mundo durante 3 siglos, según algunas estimaciones.

Quedar a la altura del betún en el siglo XXI

Las arenas de petróleo son conocidas erróneamente como arenas de alquitrán, ya que este betún o bitumen, usado durante milenios por distintos pueblos, es una mezcla de líquidos orgánicos que ocurre de manera natural, mientras el alquitrán se obtiene de la destilación destructiva del carbón y tiene una composición química distinta. Pese a ello, se conocen como “tar sands”, inglés para “arenas de alquitrán”.

Ya en la antigüedad, el betún adquirió un valor estratégico y se usó para impermeabilizar barcos y edificios, como recubrimiento protector para muebles (betún de judea), así como adhesivo resistente a la corrosión y el envejecimiento de infraestructuras. Ya en el cuarto milenio antes de Cristo, los sumerios usaban el bitumen extensivamente, tanto en hogares como en canalizaciones y barcos.

A falta de vestigios que hayan sobrevivido para confirmarlo, los constructores de la Torre de Babel habrían usado asfalto como argamasa para los ladrillos, mientras los babilonios habrían impermeabilizado los ladrillos de un túnel construido bajo el río Eúfrates con la misma sustancia.

Pero nunca hasta ahora las arenas de alquitrán habían tenido más importancia para una sociedad. De esta combinación natural de arcilla, arena, agua y bitumen se extrae una sustancia similar al petróleo que es transformada en petróleo crudo sintético y sus derivados, a través de un sistema de extracción basado en la minería superficial que requiere el uso intensivo de energía (actualmente, gas natural) que no sólo transforma irreversiblemente la zona de extracción, sino que emite, con las técnicas actuales, entre 2 y 3 veces más dióxido de carbono que la extracción convencional de petróleo.

Alberta está cerca de Estados Unidos, y Canadá es un cómodo socio comercial

La seguridad diplomática y la ausencia de coste político que supone comprar petróleo a países como Canadá garantiza el futuro de las arenas de petróleo como fuente para la explotación de crudo a gran escala, pese a que se ha documentado durante décadas el innegable coste medioambiental de esta decisión.

Las actuales técnicas de extracción de bitumen en zonas como los bosques boreales canadienses deberían mejorar dramáticamente para reducir el impacto medioambiental actual. Aunque la provincia de Alberta y las compañías concesionarias que explotan los principales yacimientos ya iniciados parecen decididos a correr el riesgo.

Al fin y al cabo, existe un sentido económico innegable, sobre todo si las empresas que se dedican a la extracción no tienen que asumir los costes medioambientales de la extracción y las emisiones del proceso de refinamiento, entre dos y tres veces superiores a las de la explotación de crudo convencional. En medio de la polémica relacionada con el vertido del pozo de extracción Deepwater Horizon en el Golfo de México, se desconoce hasta qué punto las empresas que se dedican a refinar petróleo a partir de arenas de bitumen “internalizarán” las “externalidades” (asumirán el coste del impacto).

Mientras tanto, John Evans aclaraba en noviembre de 2006 que, en contra de quienes advierten de que las reservas de petróleo han alcanzado ya cénit y podrían acabarse con mayor rapidez de la estimada (existen varias teorías en torno al llamado “peak oil”), las reservas “arenosas” o reservas no convencionales de petróleo, de ser transformadas en crudo, alargarían el uso de este combustible fósil durante 300 años. Hay compañías empeñadas en que esto ocurra, siempre que no deban hacer frente al auténtico coste de las externalidades que provocará la transformación de bitumen en petróleo refinado.

Estados Unidos sigue inmerso más que cualquier otro país del mundo en los conflictos relacionados con el acceso y explotación de algunas de las principales reservas de petróleo en zonas conocidas por su inestabilidad. Como principal economía del mundo y primer consumidor de crudo del mundo, Estados Unidos ha promovido la importación de un petróleo refinado que procede del Estado canadiense de Alberta, una transacción comercial tan inofensiva diplomáticamente como rentable, para vendedores y compradores.

Las arenas de petróleo, a toda máquina: ¿creando Las Médulas del siglo XXI?

La explotación a gran escala de las arenas de petróleo es viable económica y técnicamente, y el éxito de la industria en los gigantescos pozos de Alberta ya ha impulsado a varias de las principales petroleras a invertir en explotaciones similares en Rusia, Venezuela, el Congo y Madagascar.

Hasta el momento, la mayor parte del petróleo crudo sintético a partir de arenas de bitumen es extraida de bastas extensiones de bosque boreal cuya superficie es literalmente seccionada mediante las técnicas más agresivas de minería superficial que existen, que son combinadas con técnicas que emplean vapor y agrua a presión, así como solventes, para reducir la viscosidad del bitumen en el mismo lugar de la extracción. El daño medioambiental es innegable.

La minería practicada en los pozos de arenas de petróleo es más agresiva que las técnicas usadas por los romanos para obtener oro y otros metales preciosos en lugares como el noroeste de la Península Ibérica, donde se vertía agua a presión en cabidades abiertas en colinas y montañas enteras hasta, literalmente, destruirlas (técnica conocida en la época como “ruina montium”, que en castellano no requiere traducción). Con una diferencia fundamental: la técnica empleada por los romanos hace dos milenios no producía las emisiones de CO2 registradas en Alberta, ni hipotecaba la regeneración natural de los suelos con el uso de disolventes químicos.

Incluso los pozos de extracción de bitumen con un menor impacto en las explotaciones de Alberta, que emplean vapor de agua a altas presiones para separar el petróleo del resto de materiales, destruyen de manera irreversible un hábitat de bosque boreal que no había cambiado desde la última glaciación. La técnica depende, además, de la quema intensiva de gas natural para producir vapor barato de manera sostenida, explica Clifford Krauss en The New York Times. De ahí las mayores emisiones de CO2 del petróleo derivado de arenas de bitumen.

Es decir, técnicas inferiores a las del siglo 0 empeoradas en el siglo XXI. La civilización actual emulará al afán transformador demostrado por el Imperio Romano en lugares como Las Médulas, en El Bierzo (León, España), la mayor mina de oro de la antigüedad, que cambiaría el entorno para siempre, hasta el punto que el monte Medulio, que dio nombre al yacimiento, no puede situarse sobre el mapa con exactitud, ya que no sobrevivió a la explotación.

Redibujando el mapa del petróleo desde Canadá

Pese a no haber resuelto las peores consecuencias de su impacto sobre los lugares de extracción, el petróleo procedente de Canadá se convertirá este año en la principal fuente de petróleo de importación en Estados Unidos, según IHS Cambridge Research Associates.

El crudo canadiense alcanza el 20% de todas las importaciones que realiza Estados Unidos, principal consumidor mundial; Canadá difícilmente renunciará a una fuente de divisas tan sólida y exporta ya más petróleo a su vecino del sur del que consume.

Ya en 2006, Canadá producía una media de 1,25 millones de barriles diarios (o 200.000 metros cúbicos de crudo por día), a través de 81 explotaciones de arenas de petróleo, el 47% de la producción total de petróleo en este país, aunque este porcentaje se decanta rápidamente del lado de las arenas de alquitrán, a medida que disminuyen las reservas de los pozos de petróleo de este miembro de la Commonwealth.

La mayor parte de arenas de alquitrán canadienses se sitúa en tres grandes yacimientos al norte de la provincia de Alberta, poco poblada y desarrollada hasta el inicio de este negocio que, a la vez, es la mayor amenaza medioambiental de una de las zonas con mayor riqueza natural de un país con bastos bosques boreales (con un papel tan crucial en la regulación de la atmósfera terrestre como los bosques tropicales e innegable importancia para la biosfera).

Los tres yacimientos ocupan 140.000 kilómetros cuadrados (54.000 millas cuadradas), un área mayor que Inglaterra. Alberta produce cerca del 70% del petróleo y el gas natural de Canadá, además del 97% de las reservas del país y el 75% de todo el crudo de Norteamérica. La zona de yacimientos del noreste de Alberta, conocida localmente como Athabasca, es explotada desde 1967, aunque ha conseguido un verdadero impulso en la última década, coincidiendo con el aumento sostenido del precio del barril de petróleo.

Los mayores proyectos de explotación de arenas de petróleo de Athabasca (“Athabasca tar sands”) son gestionados por Suncor Energy, Syncrude, Shell, Chevron, Cenovus Energy, ConocoPhillips, Total o Japan Canada Oil Sands, entre otras firmas.

Efectos colaterales de la percepción pública de Deepwater Horizon

Consciente del impacto que el vertido de Deepwater Horizon en el Golfo de México ha tenido sobre la opinión pública estadounidense, el presidente de Alberta, Ed Stelmach, no perdió el tiempo y ya ha visitado Washington promoviendo el petróleo procedente de arenas de alquitrán como una opción “más segura”.

Eso sí, el político de Alberta, al parecer, evitó explicar que la extracción de crudo a partir de arenas de bitumen es uno de los métodos de obtención de petróleo más destructivas para el medio ambiente y la que emite más gases con efecto invernadero.

Si Estados Unidos decidiera promover con todavía mayor ahínco que el actual la importación de crudo de arenas de alquitrán, que ha aupado a Canadá como primer socio petrolero, quizá aumente su seguridad geoestratégica y alivie momentáneamente la presión de la opinión pública sobre la prospección petrolífera en alta mar. A cambio, estará promoviendo una de las mayores amenazas medioambientales provocadas por el ser humano que puede tener lugar en el siglo XXI: la generalización de explotaciones de crudo a partir de arenas de alquitrán en todo el mundo.

El éxito de la explotación de las arenas de petróleo en Alberta ha generado una fiebre inversora, explica The Guardian. Shell ya ha iniciado explotaciones en Rusia, el Congo y Madagascar. Las compañías petroleras europeas lideran la inversión: BP, Shell, Total y ENI, aunque entre los principales productores de crudo procedente de arenas de alquitrán se encuentran también los gigantes estadounidenses ExxonMobil y ConocoPhilips.

Un gran “si” condicional

De llevarse a cabo los actuales planes de explotación de arenas de bitumen, la producción de petróleo refinado y derivados podría a través de esta técnica podría pasar de los 1,3 millones de barriles diarios a más de 4 millones de barriles en 2025.

Un estudio difundido por la organización WWF estima que, si se destinaran los 290.000 millones de euros (369.000 millones de dólares) que costaría la expansión de la industria de extracción de crudo a partir de arenas de petróleo hasta 2025, al desarrollo de proyectos de energías renovables a gran escala (energía solar en el Sáhara y una rápida transición hacia coches eléctricos) sería posible librar a la economía occidental de emisiones en el mismo horizonte de 2025.

La misma cantidad necesaria para impulsar a esta industria de extracción lograría que los 50 países menos desarrollados del mundo cumplieran con más de la mitad de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

El imparable crecimiento del sector petrolero en Alberta ha abierto la veda y las principales compañías del sector ya auguran un futuro prometedor al petróleo de arenas de bitumen, sobre todo si los Estados y las organizaciones supranacionales son incapaces de acordar algún modo creíble de que las empresas con un negocio extractivo y con impacto sobre el medio ambiente y el cambio climático se hagan cargo de los daños causados.

Extraño que “internalizar” las “externalidades”, o que las empresas paguen por lo que contaminan, siga siendo una idea “polémica” que no logre el más mínimo consenso. Mientras tanto, todo tipo de tecnología,  con aire futurista (como los taladros submarinos de Deepwater Horizon) o con tufo primitivo (la extracción de bitumen, realizada con una técnica que no mejora el método “ruina montium” puesto en práctica por los romanos en Las Médulas), no son ideas “polémicas” para la misma industria que las promueve.

Tragedia de los comunes elevada a la enésima potencia. Sólo me queda encomendarme al Ohenton Kariwahtekwen, discurso de Acción de Gracias iroqués (alianza de tribus amerindias que habitan el sureste de Canadá), toda una llamada al reencuentro del equilibrio entre el ser humano y su madre, Gea. Gaia.

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