No puede entenderse el desarrollo de una comunidad si no cuenta por los menos con accesos de vías de comunicación y electricidad. El derecho a la electricidad es tan necesario que los llamados apagones o racionamientos de energía se hacen sentir en la cocina, en el comercio y en la industria.
Al igual que el derecho a la salud, al empleo, y al agua, el derecho a las comunicaciones y el derecho a la energía eléctrica son parte de la progresividad de los derechos humanos.
En los hogares, sin el servicio de energía eléctrica no se puede encender la estufa para cocinar los alimentos, no se puede mirar televisión, no se escucha la radio, no se carga la batería del celular, el teléfono inhalámbrico no funciona, no se puede calentar la ducha, no funciona el microondas, no se puede planchar la ropa, no enciende la lavadora y la secadora. En las oficinas, sin electricidad, no enciende la computadora, ni la máquina de escribir eléctrica, no se puede mandar o recibir faxes, tampoco el data, ni el aire acondicionado que parece un adorno de pared, en fin ningún aparato funciona, así que en horas de trabajo todo el personal está de vacaciones solo que en el empleo y a oscuras.
En las oficinas públicas se entiende que por la situación excepcional de falta de electricidad, no hay atención al público y no hay quién firme porque los jefes se enteraron antes del apagón y no vinieron a la oficina, además que la mayoría de los empleados desde temprano ya se fueron a sus casas a disfrutar su casi feriado, o se fueron a recoger a los hijos de la escuela o se fueron al mall a ver las vitrinas de tiendas; a los cafés de marcas importadas o simplemente a desentumecer las piernas.
En cambio en las oficinas privadas el jefe sabe con exactitud que no hay que perder el tiempo y que para ganarse el sueldo hay que ponerse a trabajar en algo útil y por ello ordena que durante el apagón nadie se mueva de la empresa hasta la hora de salida, y que mientras tanto por lo menos aprovechen para practicar el arte de aseo del local o para buscar algún método de trabajar a oscuras. En el comercio y en los grandes almacenes, sin electricidad, no hay rótulos de propaganda por la noche y por el día no hay iluminación más allá de la puerta; parece que en el interior todos los colores se resumen en un cuadro gris.
En la industria por falta de energía eléctrica no encienden las máquinas y en consecuencia los trabajadores y los jefes están de común acuerdo en el paro laboral y que de alguna forma por este apagón o racionamiento se afectará el Producto Interno Bruto.
Si el apagón va para varios días o el racionamiento es muy seguido entonces los que pueden, para seguir en el negocio, se compran motores que instalan al frente, y así toda la ciudad se convierte en una colmena de ruido. En la noche la clase rural se vuelve al ocote, a la chimenea y alguna que otra al candil; la clase media por su parte vuelve a las velas de cera o al quinqué de gas, y alguna que otra a la lámpara de gas de presión; la clase alta compra motores diésel o gasolina y asunto medio terminado.
El problema es que la clase baja, media y alta no quiere vivir sin los beneficios de la civilización y la electricidad es la arteria que los une en un solo corazón. Se puede estar un tiempo sin electricidad… pero no mucho. Por esos días se puede fácilmente no comer o no tomar refrescos o agua helada, pero jamás no ver televisión o la carga del celular: La gente se desespera y comienza a murmurar sobre este atropello y posible acto de terrorismo, luego el murmullo adquiere voz de sociedad enfurecida, y luego la sociedad enfurecida destituye a sus políticos y de ahí a una posible revolución hay poco trecho.
Al igual que el agua, que el oxigeno, que la luz solar, la electricidad debe ser declarada de dominio y uso público o patrimonio universal de la humanidad, por tanto para su conservación presente y futura se debe primero moralizar y luego legalizar su disfrute para que cada humano y humana socialice que la electricidad no es asunto de discriminación, ni credo religioso, ni política partidista, ni clase social; la misma tanto falta hace en la casa de arrabal que en la más alta residencia, que en definitiva la electricidad es el acceso del ciudadano al mundo desarrollado.
La energía eléctrica es uno de los mayores símbolos del desarrollo, su carencia indica que la historia no ha llegado. El derecho humano al desarrollo es el derecho a la electricidad.
Todos estamos de acuerdo en que el acceso a la energía mejora las condiciones de vida y facilita el trabajo, en suma nos permite vivir con más dignidad.
La ONU, que a través del Comité de Expertos revisa los compromisos de los gobiernos de respetar los derechos humanos contenidos en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, ha dicho que:
“Todos los beneficiarios del derecho a una vivienda adecuada deberían tener acceso permanente a los recursos naturales y comunes, al agua potable, a la energía, la calefacción y el alumbrado, a instalaciones sanitarias y de aseo, de almacenamiento de alimentos, de eliminación de desechos, de drenaje y a servicios de emergencia”.
Los aspectos más relevantes de la justicia ambiental, la justicia distributiva y la justicia participativa, apuntan directamente al campo de los derechos humanos.
La discusión energética desde la perspectiva de los derechos humanos no implica abandonar sus aspectos técnicos y económicos, ni supone esconder la estrecha relación entre el problema del cambio climático y la energía; menos todavía implica obviar problemas fundamentales como el del acceso a la energía, cuestión que es analizada bajo el paradigma de los derechos humanos por su carácter de bien público básico, al igual que el agua y los alimentos.
Política energética
Para que haya seguridad energética se debe contar con la mayor cantidad de fuentes de energía propias y no depender de energías extranjeras, que están sometidas a los vaivenes del mercado internacional y a las veleidades políticas de los tradicionales productores de petróleo y gas natural.
Otros modelos energéticos
El año pasado, la capacidad del sector eólico alcanzó los 282,6 Gigavatios (GW) a nivel global, lo que representa el aumento del 18,7% en 2012, señala un informe publicado por el Consejo Mundial de Energía Eólica (Global Wind Energy Council-GWEC-) Se debe tener en cuenta que la eólica reduce las emisiones de CO2 en el mundo en 1.500 millones de toneladas al año.
De aquí a finales de 2016, la eólica instalará una media de 60.000 MW cada año en el mundo y algunas economías emergentes como Brasil ganarán también protagonismo y entró con fuerza en la carrera eólica, y ya es el octavo país con más capacidad nueva instalada en 2012, aunque podría llegar a escalar hasta la segunda posición en 2014.
La eólica podría suministrar hasta el 12% de la energía mundial en 2020, crear 1,4 millones de empleos y reducir las emisiones de CO2 en el mundo en 1.500 millones de toneladas al año.