Una gasolina más barata puede tener consecuencias inesperadas y algunas de ellas pocos saludables. Estudios realizados en los últimos veinte años han advertido que hay una relación entre la disminución del costo del combustible y el aumento de problemas como la obesidad y los hábitos sedentarios. En un mundo preocupado por las desastrosas consecuencias del sobrepeso, cualquier variable que influya en un aumento de kilos no puede tomarse a la ligera.
Se trata de un tema que ha cobrado actualidad en los últimos meses, cuando el abaratamiento del combustible se convirtió en una tendencia sostenida. Durante el primer trimestre del año, los precios por litro de la gasolina en Estados Unidos alcanzaron un promedio de 0,66 dólares por litro, mientras en España hubo que pagar, en promedio, 1,34 dólares por litro en ese mismo lapso. Esto se traduce aproximadamente en 0,30 dólares menos por litro de gasolina en la nación norteamericana, en comparación con el promedio del período entre 2010 y 2014; y en 0,41 dólares menos en el caso de España durante el mismo lapso, si se comparan esos datos con las cifras del Banco Mundial.
Ese es el escenario que preocupa a los expertos en nutrición, quienes ya han estudiado el fenómeno, basados en experiencias de décadas pasadas. El investigador Charles Courtemanche, de la Universidad de North Carolina, al analizar lo que, en condiciones similares, sucedió entre 1979 y 2004 en Estados Unidos, encontró una relación entre un menor precio del combustible y un incremento del 8% en la obesidad. “Una gasolina más cara está asociada con más tiempo de caminatas y una reducción en la frecuencia con que la gente come en restaurantes, lo que explica su efecto en el peso”, señaló, en sus conclusiones.
Otras investigaciones han arrojado evidencia similar. El estudio Cardia (siglas de Coronary Artery Risk Development in Young Adults), luego de evaluar a 5.115 personas entre 18 y 30 años de edad, encontró relación entre las temporadas en las que hubo una gasolina más cara y un aumento de la actividad física, uno de los principales factores de protección contra el sobrepeso. “El gasto energético es más o menos equivalente a 17 minutos de caminata adicional a la semana cuando hay un aumento de 25 centavos en el precio de la gasolina”.
Mensajes sobre la importancia de caminar más para evitar el exceso de peso fueron parte central de la celebración del Día Mundial de la Actividad Física, que se celebra en abril. “Cuando se trata de prevenir la obesidad la recomendación es incrementar el ejercicio físico moderado, que en el caso de los adultos debería sumar al menos 150 minutos a la semana”, señala la médico Liliana de Castillo, especialista en nutrición. “Se sabe que el uso del transporte público tiene un impacto importante sobre esa actividad, pero la decisión de utilizarlo va a depender de su eficiencia y accesibilidad. Efectivamente, también va a pesar el costo de la gasolina”.
Un análisis de la especialista en políticas sanitarias Bisakha Sen, de la Universidad de Alabama, basado en datos extraídos de la Encuesta de Uso del Tiempo en Estados Unidos entre 2003 y 2008, un período en el que tuvo impacto el Huracán Katrina, añadió más datos a la vinculación entre lo que cuesta el combustible y el peso. “La teoría económica sugiere que los precios altos de la gasolina pueden alterar el comportamiento individual, tanto a través de un ‘efecto de sustitución’ por el cual las personas buscan alternativas al transporte motorizado, y un ‘efecto ingreso’, que lleva a la gente a realizar diversos ajustes en su presupuesto”, explica.
Si bien es cierto que una gasolina más cara puede obligar a aumentar la actividad física, no sólo porque obliga a caminar más sino porque también hay una tendencia a realizar el trabajo doméstico que antes se contrataba, también puede disminuir el gasto en otros renglones “saludables”, como la inscripción en un gimnasio o en otra actividad deportiva, señala. De todas formas, al final los resultados inclinaron la balanza a favor de la gasolina más cara, pues se demostró que estaba ligada con un aumento general en la actividad física.
El tema es particularmente sensible en un país donde, según cifras del Centro para el Control de Enfermedades, más de un tercio de los adultos, 78,6 millones de personas, son obesos. Esto justifica que algunos, como la propia Sen, apoyen medidas controversiales, como impuestos adicionales para el combustible que compensen las temporadas en las que ocurren descensos en el precio.
La propuesta cobra sentido cuando se revisan los costos económicos de la obesidad. De acuerdo con los resultados de un estudio que se publicará en PharmacoEconomicsla masificación de la obesidad elevó el gasto en atención médica en Estados Unidos 315,8 millones de dólares en 2010, lo que se traduce en 3 mil 508 dólares por cada persona en esa condición.
Se trata, además, de un fenómeno global, como lo reflejan las cifras de la Organización Mundial de la Salud: desde 1980, los casos de obesidad se han duplicado y se calcula que más de 1.900 millones de las personas mayores de 18 años o más, 39% de la población adulta del planeta, tiene sobrepeso.
La causa de lo que ya se ha bautizado como pandemia es lo que la Federación Mundial de Obesidad llama un desequilibrio energético: una insuficiente actividad física en general ligada a un aumento de la ingesta de alimentos hipercalóricos, sobre todo aquellos ricos en grasa, sal y azúcares. Este desequilibrio puede medirse en términos de lo que se conoce como Índice de Masa Corporal, que se obtiene al dividir el peso de una persona entre su estatura multiplicada por dos. Cuando el número supera 25, ya hay razones para preocuparse.
“La obesidad aumenta el peligro de padecer una amplia gama de enfermedades crónicas; se piensa que un elevado índice de masa corporal representa alrededor de 60% del riesgo de desarrollar diabetes tipo 2; más de 20% del riesgo de presentar hipertensión y enfermedades coronarias y entre 10% y 30% de padecer algún tipo de cáncer”, advierte la institución.
Hasta ahora, las estrategias para frenar el problema parecen estrellarse contra la realidad, como advertía un especial reciente de la revista The Lancet dedicado al tema: “Ningún país hasta la fecha ha revertido su epidemia de obesidad”.
La OMS diseñó el Plan de Acción Global para la Prevención y el Control de Enfermedades no Transmisibles 2013-2020, que considera la obesidad y el sobrepeso entre los factores biológicos de riesgo más importantes, por lo que instó a combatirlos. Una de las principales recomendaciones del documento es que se introduzcan “políticas de transporte que fomenten la utilización de medios de desplazamiento activos hacia las escuelas y los lugares de trabajo, por ejemplo a pie o en bicicleta”, una medida contra la que, justamente, puede conspirar una gasolina más barata.
En España, donde se calcula que el 23% de la población adulta padece obesidad, el incremento progresivo del sedentarismo también ha sido reconocido como una amenaza a la salud general “de forma especial entre la población masculina de 18 a 44 años”, advierte un capítulo del Libro Blanco de la Nutrición, donde también figura la recomendación de “fomentar las inversiones en infraestructura para el transporte a pie y en bicicleta acompañadas de campañas de información dirigidas a explicar los beneficios para la salud del transporte activo”.
Otras consecuencias
El sobrepeso no es el único indicador en materia de salud que se ve alterado con las fluctuaciones en el precio de la gasolina, pues también se ha puesto la lupa sobre su relación con los accidentes de coche. Un equipo de la Universidad de Mississippi analizó lo que ocurrió en ese estado entre 2004 y 2008 y encontró que los períodos en los que el combustible era más caro coincidían con un menor número de choques graves protagonizados por conductores ebrios.
En este terreno, sin embargo, los aumentos tampoco se traducen siempre en un impacto positivo. Un estudio realizado en California mostró, por ejemplo, que en los períodos en los que hay incremento también ocurren más accidentes mortales y lesiones graves entre motoristas.
Otras mediciones han buscado la relación entre la sensación de bienestar y el precio de la gasolina. Por ejemplo, basados en encuestas públicas realizadas entre 1985 y 2005 en Estados Unidos, un equipo de investigación de la Universidad de Arizona encontró que los altos precios se relacionan con la reducción de la satisfacción personal, no sólo por el impacto que tiene en las finanzas del hogar, sino por la percepción del ciudadano común de que todo ello tiene que ver con problemas políticos o económicos que escapan a su control.
Paradójicamente, dado que este escenario también propicia estilos de vida más saludables, con más ejercicio físico y menos problemas de salud, parece que la capacidad de sentirse a gusto con la vida se recupera al cabo de unos años, así que también en este asunto la gasolina más costosa se vuelve a anotar otro punto.
Reuters